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Movimiento vecinal

Cuando el 10 de abril de 2010 entraron las primeras excavadoras al barrio del Cabanyal, ya había en las calles un centenar de personas para cortarles el paso. En Benimaclet, los vecinos trabajaron durante días en 2012 para limpiar todos los escombros que había dejado el paralizado PAI Este del Ayuntamiento, y poder instalar allí los Huertos Urbanos.

E

         l movimiento vecinal en Valencia sigue vivo. Y en algunos barrios, su contundencia ha servido                 para frenar proyectos urbanísticos a través de denuncias, como en el Cabanyal; o para dotar al barrio de un enorme desarrollo cultural sin ningún tipo de subvención pública, como sucede en Russafa. Pero si bien este movimiento se ha articulado tradicionalmente en torno a las asociaciones vecinales, éstas tienen cada vez menos fuerza.

Según el economista Ramón Marrades, el problema de las asociaciones radica en que articulan sus propuestas “de forma reactiva”. Algo en lo que coincide el presidente de la asociación de Russafa, Giovanni Dionini: “En Valencia la mayoría van siempre a la guerra”. El barrio del Carme es un ejemplo de cómo muchas asociaciones no han sabido llegar ni a la población ni a las administraciones. “Si entre todos no somos capaces de ponernos de acuerdo, es difícil que el Ayuntamiento nos tome en serio”, explica Raúl Congost, vecino del Carme. En la asociación de Benimaclet achacan este cambio a la falta de participación ciudadana: “Queremos que la iniciativa la tenga la gente. Nosotros no podemos con todo, y no nos parece adecuado ni justo”, defiende Fermín, miembro de la asociación.

Y el verdadero problema llega cuando sí existe iniciativa ciudadana, pero el sistema político le pone obstáculos. “No existe ningún sistema de democracia participativa por el cual cada junta municipal de distrito pudiera elegir a qué dedicar parte de la inversión en los barrios”, explica Rosa Albert, de EUPV.

Pero lo que mantiene despierto al movimiento vecinal en Valencia son las diferentes propuestas que los ciudadanos de a pie han desarrollado en los últimos años con el fin de cubrir los huecos que deja la administración pública.

Estos movimientos son una evidencia de que los vecinos quieren implicarse, pero “pasándoselo bien y pasando a la acción”, explica Marrades.

La plataforma de Salvem el Cabanyal, para frenar la degradación del barrio; Los Bosques Urbanos de Ciutat Vella, que proponen convertir solares abandonados en zonas verdes para los vecinos; o el reciente evento de Valencia Vibrant, en el que 20 personalidades debatieron sobre una Valencia mejor, son algunos ejemplos de que Valencia sigue viva.

“Aquí las asociaciones han conseguido mucho y han configurado las cosas buenas de la ciudad, pero son una forma de asociarse relativamente obsoleta”, apunta Marrades.

El catedrático de Geografía Joan Romero lo define como “experiencias de resiliencia urbana” caracterizadas por permanecer siempre al margen de la política tradicional y dar vitalidad a los barrios.

Raúl Congost, vecino del barrio del Carme e impulsor de la iniciativa de los Bosques Urbanos, ubicados detrás de él. S.BARBER
Ciudadanos ante la policía en los derribos del Cabanyal en 2010. TANIA CASTRO
“Les Balconades”, Russafa. S.BARBER

© 2014 Trabajo Final de Grado de Sumaya Barber

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